No da igual cualquier investigación
Clonación
Clonación. La noticia que conmovió al mundo. Natalia López Moratalla
El valor de la salud de unos, o la investigación para combatir enfermedades, no es mayor que la vida de un embrión, por incipiente que ésta sea. Hoy sabemos que es una idea trasnochada afirmar que sólo la implantación en el útero confiere al embrión su individualidad
El Comité Asesor de Ética en la Investigación Científica y Tecnológica, del que forman parte un grupo variado de expertos en distintos temas, acaba de emitir un informe acerca de La investigación sobre células madre. No es este Informe, como algunos han podido pensar, una invitación a comenzar la investigación con las células embrionarias. Recomienda cambios en la legislación española, y así «establecer un marco jurídico adecuado a la investigación con células troncales procedentes de embriones humanos sobrantes». Recomienda también, sin ambigüedad, que no se produzcan embriones humanos para la investigación, y que no sobren, y, con respecto a estos últimos, considera deseable que se promueva la «donación de dichos embriones a las parejas que los precisen con fines de reproducción». El valor de la salud de unos, o la investigación para combatir enfermedades, no es mayor que la vida de un embrión, por incipiente que ésta sea. Los embriones sobrantes fueron producidos para paliar infecundidad y tienen derecho a que los geste la madre biológica, o una madre adoptiva.
Habla también el Informe del rigor y las condiciones que deben exigirse a quienes deseen investigar con esas células madre. Quedaría descartado quien buscara un mero negocio biotecnológico. Y bueno es también recordar que el Comité recomienda el trabajo con células progenitoras y troncales de animales y de adultos humanos.
Entre las recomendaciones, señala el Comité que son de gran importancia las investigaciones con células madre embrionarias para conocer causas y posibles remedios para enfermedades graves y duras. A mi entender, es excesivo hablar de gran importancia. En biomedicina, todo conocimiento suele ser valioso para la salud. Pero no son las células embrionarias humanas, derivadas de embriones humanos vivos, el único punto de partida para lograr tales conocimientos. Ni cualquier embrión, ni cualquier embrión humano vivo, ni cualquier investigación deben sonar como imprescindible. Es largo el camino a recorrer y sobran las prisas demagógicas.
Alternativa a la destrucción
La recomendación de que los embriones sin perspectivas de que alguna mujer los acoja y los geste puedan emplearse «para obtener células troncales embrionarias, ya que las investigaciones con estas células pueden generar resultados potencialmente aplicables a la prevención y/o tratamiento de enfermedades graves», se hace frente a la alternativa de la destrucción. ¿Existe la necesidad de destruirlos? Es obvio que los embriones pueden estar vivos o no, sanos o mortalmente enfermos (es decir, viables o no viables), y que se han dejado seguir congelados más allá del plazo legal para transferirlos al seno de su madre, o de una receptora. Para usarlos, exige el Comité el consentimiento informado de progenitores y, en su defecto, de los responsables de su existencia. Puede entenderse que la recomendación abarca sólo a aquellos embriones precoces humanos, con más de cinco años de vida detenida y sin posibilidad de reanudarla y desarrollarse y nacer, porque nadie ha querido darle la oportunidad de seguir viviendo.
Se entiende así el voto particular que exija dar al embrión sobrante una oportunidad de vivir: una adopción prenatal con todas sus consecuencias; unos padres adoptivos dispuestos a la adopción y acogida, venga como venga, posiblemente con taras. La única cuestión con prisa en todo este debate es estudiar las posibilidades reales de una adopción prenatal. ¿No existirá algún medio con el que podamos conseguir que dejen de estorbar en los congeladores, y se puedan obtener de ellos células troncales sin destruirlos? Apuesto claramente por el sí a esta pregunta. Y pienso que, si esa posibilidad existe, debería ser la única para usar los embriones en investigación: donar sus células vivas cuando han dejado de vivir, de forma paralela a como se donan los órganos de un cadáver. Esta afirmación no se encuentra de manera explícita en las recomendaciones del Comité. Y si se quiere afirmar que lo está de manera implícita, muy posiblemente habría que forzar el texto. Cuando me pidieron la opinión como experto externo del Comité, me expresé en este sentido; y, según las declaraciones del Presidente del Comité en la presentación del documento, parte de los miembros del Comité comparten esa idea. Una alternativa válida a la destrucción, para los que no tuvieran ninguna posibilidad de desarrollarse, sería dejar de mantenerles con vida por el procedimiento de la crioconservación indefinida. El problema grave, que hemos heredado de una ley permisiva y una práctica abusiva de la fecundación in vitro, no tiene ninguna solución buen a. No debe tolerarse que se siga produciendo. Y sí aplicar la solución menos mala para esos embriones crioconservados. Con todo respeto, debo decir que al Informe le sobra estimación (que además no comparten todos los miembros del Comité) acerca del valor de un embrión humano temprano. Dicen que «tiene un valor y merece especial respeto, pero que este valor es ponderable con respecto a otros valores». Yo me pregunto: ¿qué hay más valioso, entre nosotros, que un ser humano? No podemos, no debemos tratar como medio aquello que por sí mismo es un fin. Todo ser humano tiene un valor absoluto. Hoy sabemos que es una idea trasnochada afirmar que sólo la implantación en el útero confiere al embrión su individualidad.
Cosa distinta es que una buena parte de lo crioconservado no haya sido nunca un embrión: no toda manipulación de gametos con vistas a una fecundación origina un concebido. El rigor científico nos exige no pasar página cuando aparecen estos nuevos avances de la embriología, que nos obligan a modificar nuestras ideas biológicas. Son precisamente esos conocimientos de lo que ocurre al embrión en sus primeros cinco o seis días de vida (el período preimplantatorio) los que hoy nos marcan claramente el camino para respetar la vida de todo embrión vivo, por muy crioconservado que esté. Y, al mismo tiempo, no negar las células servibles para aquella investigación biomédica que no pueda hacerse de otra forma. Es un reto científico, no político, empeñarnos en una investigación biomédica sin pactar cómodamente con una investigación destructora de embriones humanos.
Arvo Net Mayo 2003.
La autora de este artículo es catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Navarra, y experto externo del Comité Asesor de Ética en la Investigación Científica y Tecnológica. Es directora de nuestra sección CIENCIA Y FE.