Probablemente el mayor logro de Adaslair MacIntyre en tras la virtud ha sido describir brillantemente la crisis ética de nuestra sociedad:
“Imaginemos un mundo en el que a resultas de una catástrofe ambiental, los ciudadanos se hubieran rebelado contra el sistema científico y técnico y en el ímpetu del momento, hubieran destrozado los aparatos de investigación, los laboratorios y los institutos hasta llegar, finalmente, a ejecutar a los científicos. ¿Qué sucedería cuando, olvidada la catástrofe circunstancial, reapareciese el deseo de saber?
Las personas interesadas se encontrarían ante los restos dispersos de lo que fue un magnífico sistema de conocimientos; los ciudadanos se esforzarían por recoger y organizar los fragmentos dispersos e inconexos de la ciencia, pero nadie poseería ya una visión global del conjunto y sería muy difícil poner de acuerdo a aquellos que hubieran recogido fragmentos distintos o quizá contrapuestos. En una palabra la confusión y desorientación sería casi total”.
La descripción anterior muestra el efecto exacto de lo que ha ocurrido pero al revés. La reflexión ética fue desterrada durante muchos años del quehacer científico tecnológico, la ruptura con la reflexión ética ha llevado a procesos en donde la ciencia ha instrumentalizado o manipulado a muchos seres humanos a veces provocando su destrucción con el propósito de tener la libertad para investigar lo que se desee sin ningún obstáculo.